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De los Dogones hasta los Ch’tis
En el pueblo de los Dogones de Mali, el niño recibe la palabra (so) al nacer, en el momento de pasar del estado de pez silencioso en el agua-madre al de pequeño hombre sobre la Tierra. Después de la expulsión de la placenta, una mujer escupe agua -elemento que el bebé acaba de dejar y que es la vida misma- en su cara. El contacto con las gotitas de agua le hace llorar: ha recibido oficialmente la palabra. Y los dientes de la mujer por donde el agua ha pasado son como la carda del tejedor que teje los hilos de un tejido venidero: el lenguaje.
Antes de beber la leche de su madre, el bebé bebe agua de sá (sá dì), una bebida muy dulce que se obtiene a partir de los frutos de Lannea ácida, una planta llamada soon en Wolof, bembay en Peul, pekuni en Bambara y dugun en Serer. El arbusto simboliza el triunfo de la vida sobre la muerte porque sus hojas reverdecen durante la estación seca. El agua de sá, considerada por los Dogones como la más dulce de las bebidas, pone al niño bajo la protección de Nommo (el salvador, hijo de Amma eterno y no-creado).
El joven Dogón aprende primero a hablar con su mamá. Mientras le lleva amarrado a su espalda, utiliza un lenguaje bebé cuya primara palabra es mammam que significa “beber”. Cuando le enseña a caminar, guía sus pasos repitiendo la silaba tà tà tà (una abreviación de táñala “caminar”). A esta edad, el pequeño ya consigue pronunciar las dentales dà ( “mamá“) y dé ( “papa “). Cuando consigue ponerse de pie solo, la madre abandona el lenguaje infantil y utiliza el lenguaje adulto. Le muestra los objetos repitiendo las palabras varias veces con una voz tan suave como el agua de sà. Mientras le da el pecho (hasta la edad de dos años más o menos), la madre habla con su hijo en su propio dialecto (a menudo es originaria de otro pueblo). El niño Dogon comprende y habla primero el dialecto materno, sin embargo, conforme crece deberá utilizar el dialecto del pueblo de su padre, donde vive, porque el lugar de residencia es ‘patri-local’.
El niño, cuando está destetado, puede seguir a su papá en la selva. Éste le enseña los nombres de los animales, de las plantas, de las técnicas y los utensilios agrarios. La niña prosigue su educación a lado de su madre, y el padre no interviene nunca.
Cuando ya es bastante grande para alejarse de los padres, el pequeño dogon, niña o niño, va a jugar con sus hermanos y hermanas mayores y sus compañeros. Como todos los niños del mundo, éstos van a enseñarle los juegos y el lenguaje apropiado para jugar. Asimismo, son ellos quienes le inician en las sutilizas de las “burlas del pueblo”, en las bromas intercambiadas entre los habitantes de las aldeas y de los pueblos de una misma región lingüística para burlarse del acento, del vocabulario propio de cada uno, del carácter y de los defectos típicos de sus habitantes. ¿Cuál es la razón de esas prácticas? Pues es la terapia por la risa o cómo aliviar las tensiones perfeccionando el arte de la broma y de la réplica perfecta.
En Francia, el éxito popular de la película ‘Bienvenidos a la tierra de los Ch’tis’ confirma el interés que manifiestan los hombres hacia los chistes locales o regionales. Lo que hace pensar que, desde el norte de Francia a los acantilados de Bandiagara, la diversidad no es un elemento de disturbio o desunión, sino más bien de equilibrio. Vincula más estrechamente al individuo con sus raíces y le da una conciencia más fuerte de pertenencia a una sociedad y a una cultura determinada, permitiéndole afirmarse mejor como elemento de un grupo.
Félicie Dubois
(Extraído de « Ethnologie et langage » de Geneviève Calame-Griaule, Ed. Gallimard, 1965.)